domingo, 29 de agosto de 2021

Los periódicos de Portugal y España apoyan la vuelta a la reunión de vecinos en el poyo al atardecer.

Poyo: Banco de piedra u otra materia arrimado a las paredes, ordinariamente a la puerta de las casas de zonas rurales (diccionario RAE)

 Estar sentado al fresco a la  conversa quiere ser património de la Humanidad.

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 “Mi madre tiene 82 años y se sienta en la calle todos los días. Hay días en los que termino de trabajar, salgo, me siento y hablo. Es el momento más bonito del día ”, explica José Carlos Sánchez, alcalde de Algar (Cádiz) e impulsor de la iniciativa. 

Uno de los vecinos del municipio hace un dibujo de los días que viven allí: “Cuando se pone el sol, estamos aquí. Esperamos hasta la cena, volvemos a casa y luego nos vamos de nuevo hasta la medianoche ”, dice José Ibáñez, de 81 años, reclinado cómodamente en una silla de plástico. Es difícil ver de dónde viene esta tradición de pasar el rato en la puerta con los vecinos al atardecer. Sin embargo, no se trata de un ritual exclusivo de Algar, sino que está vinculado a un modo de vida pacífico y rural, y mucho menos evidente en las ciudades.. Según el experto, "la costumbre es mediterránea, porque también ocurre en el sur de Italia o Grecia", y en Portugal todavía se encuentran estos viejos hábitos. De hecho, es una herencia de todos. 

Miedo al virus y despoblación (también) en Portugal  

“Cuando era normal la costumbre de salir al aire libre, nos quedábamos en la calle hasta las 22 o las 22:30 horas”, cuenta Idalina Filipe, de 78 años, residente en la parroquia de Cano, en el municipio de Sousel, en el al norte del Alentejo, al diario Público. El habitante dice que en el último año y medio, por temor al virus, se ha perdido la relación entre las personas. “Tenemos una vida triste”, dice la mujer de Alentejo. Otro ejemplo, más al norte del país, es el de António Marmelo, que tiene casi 90 años. Vive en el pueblo de Vale do Peso y dice que antes solía sentarse en un banco de piedra a la puerta de su casa, charlando con amigos. “Los que no tenían bancos de piedra trajeron una silla de casa”, dice, lamentando haber perdido el hábito. “La gente se estaba sacudiendo la tierra. Yo mismo dejé Vale do Peso para Almada. Tenía 14 años. Regresé en los 90 para tener una vida mucho más tranquila y en una casa que es mía ”, dice. Para el investigador José Carlos Mota, la despoblación es uno de los principales obstáculos para la continuidad de estas viejas costumbres, no solo en los pueblos, sino también en las zonas más históricas de las grandes urbes. “Para que estas prácticas sucedan, debe haber gente”, defiende, en declaraciones al periódico Público.

Sentarse al aire libre, en la puerta de la casa, conversar, contar historias y aventuras de la vida. Un hábito de antaño que se ha perdido con el tiempo (y casi extinto). Y por eso hay un municipio en España que quiere elevar esta vieja costumbre al patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. El objetivo es simple: acercar a personas y vecinos, demostrando que las conversaciones al aire libre pueden convivir con otras formas de comunicación nacidas de las nuevas tecnologías. 

Vecinos de Baraona (ya fallecidos), sentadas en uno de los poyatos que hoy apenas sobreviven. (video en https://youtu.be/_bFI7EArqP8)

Algar, un pequeño municipio español de la provincia de Cádiz, con alrededor de 1.400 habitantes. Allí, la tradición del “corro de sillas al fresco” aún existe y persiste, como dice El País, forma grupos y practica el viejo hábito de la conversación al azar. Cuentan anécdotas y vivencias cotidianas. Algar no quiere que se pierdan estos rituales ni la forma en que la gente se relaciona, y por eso quiere que esta costumbre sea reconocida como herencia de la Humanidad. Es solo un detalle, pero es parte de la personalidad de estos pueblos, como explica el diario español.


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