martes, 4 de septiembre de 2012

El criado portugués, y otros relatos de José Ranz Castillo

Hace pocos años, sobre el 2006, tuve ocasión de tomar unas notas escritas acerca de las vivencias e historias de la Guerra Civil que el señor José Ranz tuvo a bien relatarme. Él sabía que yo tomaba notas para luego contarlas. Así que las presento por aquí después de su fallecimiento, a modo de homenaje.

Durante buena parte de su vida ha creído conveniente airearlas poco, pero a mí me descubrieron episodios interesantes sobre aquellos años. Intento situar cronológicamente los hechos, porque en el relato directo se mezclaban unos con otros, pero espero poder transmitir lo más fielmente aquello que me fue contado. En negrita figuran los relatos de José Ranz. Tampoco hay que pasar de largo que todo lo que dice fuera cierto, pues es conocida su forma imaginativa de contar algunas vivencias.

Podemos deducir la mezcla de miedo y horror que ha significado el recuerdo para quienes sufrieron la guerra y sus miserias en primera persona. Asímismo la impotencia para levantarse contra esa pesada losa que ha significado durante tantos años la impunidad para los causantes de tales daños, y la creencia que su supervivencia dependía solo de pasar desapercibido y cumplir con las normas que fueron establecidas, sin poder hacer esfuerzos para cambiarlas o ni siquiera opinar sobre ellas. De ahí esas recomendaciones que hemos oido de no meterse en política, de obedecer normas religiosas y civiles sin poder tener derecho a pensar en su validez o a reclamar los derechos que eran negados. La desbandada demográfica de nuestras tierras tuvo alguna relación con este ambiente sórdido que habría que desterrar de una vez de nuestros pueblos, en lugar de seguir "adorando" a los poderosos. Nada sucede porque sí.

Esta fotografía (pulsar aquí con el ratón para verla más grande)  representa a un grupo de soldados de aquel episodio histórico, entre los que me parece distinguir al joven José Ranz, quien hubo de colaborar en funciones de vigilancia del pueblo durante la contienda. Tendría 15 años en 1937. 

Al empezar la guerra, llegaron una tarde desde Sigüenza dos personas a por el cura del pueblo, pero el entonces alcalde Felipe Caballero dio la cara, avisó por la noche a otras gentes del pueblo, y se negó a permitir que se llevaran a nadie del pueblo sin su consentimiento.  Como veremos más tarde, esa conducta no fue correspondida por el cura. También recuerda que llegó un diputado de Sigüenza huyendo de la "zona roja", al que este alcalde tomó la decisión de dejarle circular tranquilamente.

Ocupada Baraona por las milicias falangistas llegadas desde Soria y Almazán, a finales de julio o principios de agosto, comenzó una campaña de terror con confección de listas de personas a quienes se detenía y fusilaba sin ningún juicio ni defensa posible, presumiblemente een estas listas tuvo participación el párroco. Las víctimas de ellas, empezando por el alcalde y el maestro, eran detenidas y fusiladas con el fin claro de amedrentar a la población; hechos que son conocidos por estar ya relatados especialmente en el libro "La represión en Soria durante la guerra civil", que contiene ligeros errores sobre Baraona, y falta la víctima siguiente:

Tenía el alcalde Felipe Caballero a un jóven criado portugués, de quien no se recuerdan más datos, que cuando el amo fue fusilado, buscó dónde poder seguir trabajando de segador para mantenerse, dentro del ambiente de miedo que reinaba en el pueblo. Le dió trabajo el padre de José Ranz, pero el portugués estaba aterrorizado y con miedo de seguir el camino de su antiguo patron, así que decidió no pasar por el pueblo sino dormir mientras la siega en la taina de El Tieso, a quien acompañaba también José. Durante la cuarta noche, estando segando por las Paderejas iban ambos andando de noche oscura, y el portugués sufrió una caida por un pequeño precipicio que le hizo daño en la pierna y no podía andar, por lo que le ayudó a entrar en una "taina de Aguilar" y luego lo transportó a casa. Un consejo que le dio José como persona de ingenio, es que en el pueblo "coge un aro y hazte el tonto".

No debió eso bastar para los ojos denunciantes, así que fue detenido y conducido al calabozo. Al llegar la noche, José fue y se apañó para entregarle un bocadillo de tortilla, pero cuando por la mañana fue a las 7 a llevarle una manta para que se abrigara a esas horas, en el calabozo ya no encontró a nadie.

Suponía que este criado portugués (desconocido en las informaciones del libro citado sobre la guerra) será una víctima más enterrada en Las Matas de Lubia, donde también sería víctima Cándido Salces. Después de la guerra intentaron indagar algo para conocer a la familia portuguesa de donde proviniera esta persona, incluso para pagarles los salarios que se le debían, pero no lo consiguieron.


José Ranz tuvo encargada la misión de vigilancia, a sus 14 o 15 años con un fusil en la mano, para controlar a quien llegara por la carretera, en los meses en que la divisoria entre las zonas en conflicto se encontraba en esta población.

La "Caseta de Liberato": Liberato era el nombre del caminero cuya vivienda estaba junto a la carretera en el término de Alpanseque, responsable de la conservación de la carretera hasta el tramo del caminero siguiente cuya caseta estaba en el "campo de aviación", en frente aproximadamente a la salida del camino de la antigua emisora. Hoy de tales casetas ya no quedan más que huellas.

Cuando se produjo la toma de Sigüenza recordaba como trajeron a fusilar a la Caseta de Liberato a tres personas de Sigüenza, y se ordenó a algunos jóvenes de Baraona que fueran con palas a enterrarlos. Entre los vecinos de Baraona estaba Mariano Campos, quien pretendió adueñarse de trajes y pertenencias que esas personas llevaban, pero le fue impedido por los demás. Cuando bastante después de acabada la guerra, fueron los familiares a desenterrar esas fosas, afirmaron que encontraron intactas las pertenencias que debían ser de algún valor.  Otros relatos que han llegado a mis oidos dicen que se trataba de un joyero seguntino.

También recuerda que en esas épocas llegaba la electricidad por postes desde un generador en los molinos de El Berral de Valdelcubo. Era frecuente que por diversas causas el suministro fallara, y José recordaba como después de uno de esos cortes de electricidad descubrieron la electrocución y muerte de un operario, cerca de la población de Baraona, al comienzo del camino de Alpanseque.


Estas historias contadas al pasar tantos años dan idea de las consecuencias de unos acontecimientos que han lastrado la vida de las personas que los vivieron, obligándolas incluso a sentir miedo y guardar silencio de sus recuerdos. Nos sirven para que aprendamos a rechazar todo fanatismo, intolerancia y abuso de autoridad, que son modos de actuar que se suelen imponer cuando no hay una estructura social regida por principios éticos. Creo que en los tiempos presentes, cuando los fundamentos de convivencia se deterioran por la corrupción de los poderosos y la mirada hacia otro lado de los que no lo son, es conveniente revivir estos hechos y sacar las consecuencias para evitar la repetición de sucesos similares, que algunas fuerzas en nuestro país están pidiendo a gritos que vuelvan a suceder.


Enlaces:
Soria y su memoria histórica, por Silvano Andrés de la Morena
Todos eran nuestros muertos, por A. Garcia, 2008