Hace pocos años, sobre el 2006, tuve ocasión de tomar unas notas
escritas acerca de las vivencias e historias de la Guerra Civil que el
señor José Ranz tuvo a bien relatarme. Él sabía que yo tomaba notas para
luego contarlas. Así que las presento por aquí después de su
fallecimiento, a modo de homenaje.
Durante buena parte
de su vida ha creído conveniente airearlas poco, pero a mí me
descubrieron episodios interesantes sobre aquellos años. Intento situar
cronológicamente los hechos, porque en el relato directo se mezclaban
unos con otros, pero espero poder transmitir lo más fielmente aquello
que me fue contado. En negrita figuran los relatos de José Ranz. Tampoco hay que pasar de largo que todo lo que dice fuera cierto, pues es conocida su forma imaginativa de contar algunas vivencias.
Podemos
deducir la mezcla de miedo y horror que ha significado el recuerdo para
quienes sufrieron la guerra y sus miserias en primera persona. Asímismo
la impotencia para levantarse contra esa pesada losa que ha significado
durante tantos años la impunidad para los causantes de tales daños, y
la creencia que su supervivencia dependía solo de pasar desapercibido y
cumplir con las normas que fueron establecidas, sin poder hacer
esfuerzos para cambiarlas o ni siquiera opinar sobre ellas. De ahí esas
recomendaciones que hemos oido de no meterse en política, de obedecer
normas religiosas y civiles sin poder tener derecho a pensar en su
validez o a reclamar los derechos que eran negados. La desbandada
demográfica de nuestras tierras tuvo alguna relación con este ambiente
sórdido que habría que desterrar de una vez de nuestros pueblos, en
lugar de seguir "adorando" a los poderosos. Nada sucede porque sí.
Esta fotografía (pulsar aquí con el ratón para verla más grande)
representa a un grupo de soldados de aquel episodio histórico, entre
los que me parece distinguir al joven José Ranz, quien hubo de colaborar
en funciones de vigilancia del pueblo durante la contienda. Tendría 15
años en 1937.
Al empezar la guerra, llegaron una
tarde desde Sigüenza dos personas a por el cura del pueblo, pero el
entonces alcalde Felipe Caballero dio la cara, avisó por la noche a
otras gentes del pueblo, y se negó a permitir que se llevaran a nadie
del pueblo sin su consentimiento. Como veremos más tarde, esa conducta no fue correspondida por el cura. También recuerda que
llegó un diputado de Sigüenza huyendo de la "zona roja", al que este
alcalde tomó la decisión de dejarle circular tranquilamente.
Ocupada
Baraona por las milicias falangistas llegadas desde Soria y Almazán, a
finales de julio o principios de agosto, comenzó una campaña de terror
con confección de listas de personas a quienes se detenía y fusilaba sin
ningún juicio ni defensa posible, presumiblemente een estas listas tuvo
participación el párroco. Las víctimas de ellas, empezando por el
alcalde y el maestro, eran detenidas y fusiladas con el fin claro de
amedrentar a la población; hechos que son conocidos por estar ya
relatados especialmente en el libro "La represión en Soria durante la
guerra civil", que contiene ligeros errores sobre Baraona, y falta la
víctima siguiente:
Tenía el alcalde Felipe Caballero
a un jóven criado portugués, de quien no se recuerdan más datos, que
cuando el amo fue fusilado, buscó dónde poder seguir trabajando de
segador para mantenerse, dentro del ambiente de miedo que reinaba en el
pueblo. Le dió trabajo el padre de José Ranz, pero el portugués estaba
aterrorizado y con miedo de seguir el camino de su antiguo patron, así
que decidió no pasar por el pueblo sino dormir mientras la siega en la
taina de El Tieso, a quien acompañaba también José. Durante la cuarta
noche, estando segando por las Paderejas iban ambos andando de noche
oscura, y el portugués sufrió una caida por un pequeño precipicio que le
hizo daño en la pierna y no podía andar, por lo que le ayudó a entrar
en una "taina de Aguilar" y luego lo transportó a casa. Un consejo que
le dio José como persona de ingenio, es que en el pueblo "coge un aro y
hazte el tonto".
No debió eso bastar para los ojos denunciantes,
así que fue detenido y conducido al calabozo. Al llegar la noche, José
fue y se apañó para entregarle un bocadillo de tortilla, pero cuando por
la mañana fue a las 7 a llevarle una manta para que se abrigara a esas
horas, en el calabozo ya no encontró a nadie.
Suponía que este
criado portugués (desconocido en las informaciones del libro citado
sobre la guerra) será una víctima más enterrada en Las Matas de Lubia,
donde también sería víctima Cándido Salces. Después de la guerra
intentaron indagar algo para conocer a la familia portuguesa de donde
proviniera esta persona, incluso para pagarles los salarios que se le
debían, pero no lo consiguieron.
José Ranz tuvo
encargada la misión de vigilancia, a sus 14 o 15 años con un fusil en la
mano, para controlar a quien llegara por la carretera, en los meses en que la divisoria entre las zonas en conflicto se encontraba en esta población.
La
"Caseta de Liberato": Liberato era el nombre del caminero cuya vivienda
estaba junto a la carretera en el término de Alpanseque, responsable de
la conservación de la carretera hasta el tramo del caminero siguiente
cuya caseta estaba en el "campo de aviación", en frente aproximadamente a
la salida del camino de la antigua emisora. Hoy de tales casetas ya no
quedan más que huellas.
Cuando se produjo la toma de
Sigüenza recordaba como trajeron a fusilar a la Caseta de Liberato a
tres personas de Sigüenza, y se ordenó a algunos jóvenes de Baraona que
fueran con palas a enterrarlos. Entre los vecinos de Baraona estaba
Mariano Campos, quien pretendió adueñarse de trajes y pertenencias que
esas personas llevaban, pero le fue impedido por los demás. Cuando
bastante después de acabada la guerra, fueron los familiares a
desenterrar esas fosas, afirmaron que encontraron intactas las
pertenencias que debían ser de algún valor. Otros relatos que han llegado a mis oidos dicen que se trataba de un joyero seguntino.
También
recuerda que en esas épocas llegaba la electricidad por postes desde un
generador en los molinos de El Berral de Valdelcubo. Era frecuente que
por diversas causas el suministro fallara, y José recordaba como después
de uno de esos cortes de electricidad descubrieron la electrocución y
muerte de un operario, cerca de la población de Baraona, al comienzo del
camino de Alpanseque.
Estas historias contadas al
pasar tantos años dan idea de las consecuencias de unos acontecimientos
que han lastrado la vida de las personas que los vivieron, obligándolas
incluso a sentir miedo y guardar silencio de sus recuerdos. Nos sirven
para que aprendamos a rechazar todo fanatismo, intolerancia y abuso de
autoridad, que son modos de actuar que se suelen imponer cuando no hay
una estructura social regida por principios éticos. Creo que en los
tiempos presentes, cuando los fundamentos de convivencia se deterioran
por la corrupción de los poderosos y la mirada hacia otro lado de los
que no lo son, es conveniente revivir estos hechos y sacar las
consecuencias para evitar la repetición de sucesos similares, que
algunas fuerzas en nuestro país están pidiendo a gritos que vuelvan a
suceder.
Enlaces:
Soria y su memoria histórica, por Silvano Andrés de la Morena
Todos eran nuestros muertos, por A. Garcia, 2008
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